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domingo, 10 de junio de 2012

musas...

Cuando observo el interior de un caracol, sea de la clase que sea, sigo abduciéndome como una niña, esa sinuosidad tan hermosa, ese retorcimiento simple, repetitivo, que a veces parece no tener fin ni sentido, tan habitual en los humanos...
Los árboles, sus troncos, sus raíces, es increíble que un mismo ser pueda abarcar caras tan distintas, heridas tan profundas, y seguir vivo, a la vez tan útil y tan hermoso...
Cuando mis amantes desaparecen sin decir adiós, cuando se rompe algo en mi interior, o se desmorona o quiebra uno de los pilares en los que baso mi vida...
Cuando la dualidad que hay en mi (y en lo que nos rodea), entra en conflicto, necesito buscar el equilibrio, mostrar cuan armónico puede ser lo enfrentado, la belleza de la unión de colores chillones, de dos texturas, 2 materiales, 2 formas, 2 géneros, aparentemente irreconciliables...
Los “impotents” nacen a finales de los 80, en los talleres de la universidad, a diferencia del resto de mi obra, en ellos no hay proceso creativo, simplemente los veo; al principio la mayoría eran erguidos, en barro con pequeña estructura interior, un día se acercó Carlos y me dijo que le recordaban a Giacometti, yo no sabía de que me hablaba, era una ignorante (no es que después de 20 años haya dejado de serlo, pero entonces lo era aún más), lo busqué y, efectivamente, salvo por el tamaño y la bola, mis personajillos recordaban sus esculturas. Fue desolador, no podía soportar que algo tan mío, que surgía tan espontáneo de mi interior, pasara por imitaciones de nada ni de nadie... ¡Y LOS TUMBÉ! Aquellos impotents de barro que pudiesen recordar a Giacometti jamás llegarían al bronce, los destruí. Lo que en principio fue desolador, sirvió para darles la esencia que tenían en la teoría, pero que no supe plasmar hasta que no suprimí la estructura interior, esa sensación de abandono, de estar cerca y no llegar, de flacidez/placidez, de mi impotencia... Tímidamente, ocasionalmente, se levantan un poco, pero ya nunca mirarían al cielo ni tendrían la espalda recta.
En cuanto a la pintura, emerge esas rupturas emocionales, desgarradoras, aunque en el fondo son simples muestras de rasgos y colores de los dibujos de cómics en su versión televisiva, mi lado infantil, aventurero, de búsqueda de héroes imposibles, mis cuadros son trocitos rotos de batman y espiderman...
El dibujo, ¡cómo me cuesta el dibujo!, aúna todo lo que siento, pero el miedo a un resultado estéticamente horroroso, técnicamente impresentable, apenas me deja intervenir, me gusta la tinta china, convierte esa tímida intervención en impronta, imposible de corregir, quizá por ello es lo más puro de mi trabajo, lo más dulce, y, sin embargo, lo que pasa más desapercibido.

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